Recordando a Alberto Salinas Duque

 



Por Luis Gaxiola

El pasado , 12 de mayo de 2022, falleció a los 92 años de edad en la ciudad de Saltillo, Coahuila, un gran hombre a quien tuve el gran privilegio de conocer, tratar e incluso trabajar con él para conseguir un objetivo común:  rescatar, preservar y difundir la contribución histórica del estado de Coahuila en la aviación nacional e internacional.  Dios y el destino saben muy bien dónde y con quién colocarte en los momentos más adecuados de la vida, y en uno de esos momentos bajos, conocer al “Capi” y al grupo de entusiastas con el que conformamos el Patronato “Casa de la Aviación Mexicana” en Saltillo, allá en el 2009, representó un aliciente para no dejar de luchar.

El Capitán Piloto Aviador Alberto Salinas Duque (el “Capi” para quienes fuimos honrados con su amistad) nació en Saltillo, Coahuila el 14 de octubre de 1929.  Por sus venas corría, junto con la sencillez y la disciplina, la misma sangre familiar que corrió por las venas de otros grandes de la aviación nacional.  Hijo de Alberto Salinas Carranza y sobrino de Gustavo Salinas Camiña (respectivamente el primer comandante en la historia de lo que ahora sería la Fuerza Aérea Mexicana, y por otra parte su tío el primer protagonista en el mundo de una batalla aeronaval, la de Topolobampo), emparentado con el “Lindbergh mexicano” Emilio Carranza Rodríguez, con la naturalidad y falta de afectación propia de quien vivió los eventos más trascendentes de la historia de la aviación mexicana de primera mano, podía dejarte horas embobado escuchando historias de su niñez que prácticamente podías sentir como si las estuvieras viviendo de primera mano, como cuando contempló el 24 de mayo de 1939 a los nueve años de edad, encaramado en un jeep aparcado junto al “punto de no retorno” de la pista en los Campos de Balbuena, junto con su padre, el despegue del aguilucho lerdense Francisco Sarabia Tinoco rumbo a Nueva York, y cómo el “Conquistador del Cielo”, sobrecargado de combustible, superó apenas por escasos tres metros las copas de los árboles que bordeaban el campo (mismos que, oportunamente, su padre había enviado podar un par de días antes)…así como el triste retorno de sus restos mortales un par de semanas después, pero esta vez como pasajero de uno de los hermanos Aldasoro (otros grandes pioneros de la aviación nacional) en un avión de cabina descubierta, viendo al XB-15 virar para comenzar su descenso sobre Balbuena.



Durante su niñez conoció, conversó e interactuó con otros grandes personajes de la aviación mundial, como el gran Francesco Santarini Tognoli, traído por el padre del “Capi” a México como jefe de mecánicos del arma de aviación del Ejército Constitucionalista.  Tal vez para mucha gente ajena a la historia de la aviación el nombre no les resulte familiar:  pues bien, en 1909 fue gracias a Santarini y su idea de practicar orificios en la cubierta del motor del Blériot XI (cual queso “gruyère” en las propias palabras del “Capi”) que se pudo resolver el problema de sobrecalentamiento que le impedía a los aviones de aquel entonces completar el primer cruce sobre el Canal de la Mancha (en la actualidad, este cruce es cosa de todos los días, pero en los albores de la aviación fue una verdadera proeza).  Como no podía esperarse menos, el “Capi” siguió los pasos de su padre y de su tío, como correspondía a su estirpe de aviadores, y recibió sus alas de piloto aviador militar de manos del General de División Antonio Cárdenas Rodríguez (otro gran coahuilense, oriundo de General Cepeda), quien fuese comandante de la Fuerza Aérea Expedicionaria Mexicana, Escuadrón 201, combatiente en la Segunda Guerra Mundial por la liberación de las Islas Filipinas.

 Casado con su gran amor, Irma Franco Torrijos, fue padre de una mujer y dos varones, abuelo de cuatro nietos, y bisabuelo de cinco bisnietos.

Dueño de una memoria privilegiada y una elocuencia narrativa capaz de emocionar hasta al más indiferente, fue nuestro “Capi” toda una enciclopedia viviente de  historias y anécdotas.  Piloto de cinco gobernadores coahuilenses, víctima de una falsa alarma de bomba cuando su pasajero era el responsable del Gobierno Federal en el combate contra el narcotráfico, con más de quince mil horas de vuelo acumuladas, y receptor de la Medalla al Mérito “EMILIO CARRANZA”, podría haber sido nuestro “Capi” una persona soberbia y reclamando para sí reconocimientos y pleitesía al ser consciente de sus propios méritos y logros.  Sin embargo, fue el Capitán Salinas Duque todo lo contrario. 

Fue una tarde de 2009 cuando lo conocí junto a su sobrino Alejandro Carranza de la Peña, donde las horas que duró la reunión francamente me parecieron minutos (y sí, he de confesar que literalmente nos terminaron “echando” del “Café El Sorbito”, que fue el sitio donde nos reunimos, pues nos quedamos hasta la hora de cerrar) y comenzamos a esbozar el proyecto que más tarde devino en la fundación del Patronato “Casa de la Aviación Mexicana”.  Unos pocos meses después, en una experiencia tristísima y decepcionante, mi antigua alma máter que me había contratado para ser Director de Carrera – razón por la cual me había mudado a Saltillo - me despidió de forma injusta, traicionera y mezquina.  Sin embargo, fue el Capitán Salinas uno de los primeros en hacerme ver el lado amable de las cosas “ahora tendrás más tiempo para que podamos fundar el Patronato y luego el Museo”. 



También recuerdo sus sabias palabras en relación a mi injusto despido (por supuesto, siempre en términos aeronáuticos) “no serás la primera, y por desgracia tampoco la última víctima de gente mezquina, pero no importa que ahora hayas tenido que hacer un aterrizaje forzoso, lo importante es volver a despegar”. El Patronato integró a gente muy entusiasta y valiosa, aunque algunos de ellos se nos han adelantado en el camino.  El museo siempre fue el sueño dorado del “Capi”, y sigue siendo un proyecto en curso.  Poco tiempo después, gracias a estas “andanzas histórico-aéreas”, conocimos e integramos a la plantilla inicial del Patronato a otro gran amigo, el escenógrafo, modelista e investigador aeronáutico Hugo Díaz Amezcua (autor de las réplicas tan apreciadas de aeronaves históricas que saltillenses y nigropetenses han visto en sus museos).



La vida me llevó de Saltillo a España, de España a Alemania, y de Alemania a EUA, pero siempre mantuve el contacto con el Capitán.  Al punto que, estando una vez en St. Moritz, Suiza, entrevistando a Dña. Graciela Gaxiola-Testa, hija del Gral. Radamés Gaxiola Andrade (comandante del Ala de Pelea del Escuadrón 201), al saber que entre mis amigos estaba el Capitán Salinas Duque, me pidió casi con urgencia que le llamáramos en ese momento.  Grandísima fue la sorpresa del Capitán Salinas al escuchar desde el otro lado de la línea a la hija de Radamés Gaxiola, expresándole su aprecio y respeto, pues lo había conocido varias décadas atrás.




Descansa en paz, mi querido y recordado “Capi”.  Estarás ahora y para toda la eternidad donde siempre te gustó estar y de lo cual te separó sólo temporalmente la edad:  surcando los cielos.

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